Los Orishas celebraron una reunión y acordaron buscar comida cada cual por su lado para luego compartirla con los demás.
Eleguá que, como siempre, fue el primero en salir, se encontró un chivo y lo mató, pero como pensó que la carne se echaría a perder antes de que él pudiera llegar donde estaban los otros, se lo comió.
Oggún encontró babosas y pensó que a Obbatalá le gustaban mucho; luego lo pensó mejor, ya que las babosas eran pequeñas y no tenía tantas, se las engulló.
Shangó encontró un gallo y con la esperanza de encontrar otro, se lo fue comiendo por el camino.
Así cada cual se comió lo que encontró, menos Obbatalá, que no había encontrado nada y estaba muy disgustado, hasta que buscando por una maleza se cayó en un pozo donde encontró un gran tesoro.
Cuando volvieron al punto de partida, Obbatalá regresó con su teso¬ro. Al encontrarlos a todos satisfechos y con la barriga llena, les dijo que no le daría nada a nadie, pues “el que no cumple lo acordado, no puede reclamar nada”. Los demás Orishas se sintieron ofendidos, pero ellos eran los culpables.
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